jueves, 8 de marzo de 2012

Amor y Causa

Temió pecar de simplista la tarde en que concluyó que la locura no tenía otra causa  más que la falta de amor. Tal vez dicho en otras palabras, redactándolo de otro modo, resultase una frase  interesante, menos nimia y más digna de un avanzado estudiante de psicología aficionado a la pintura. De cualquier manera aún no la había pronunciado ante nadie, ya habría tiempo de reformularla, si es que valía la pena.
"La gente enloquece por amor ", no había vuelta que darle al asunto. Le horrorizaba lo vulgar de su juicio, pero no por ello dejaba de considerarlo menos cierto, a eso se reducía la problemática entera de la humanidad, y ¡claro que no exageraba!.
Giró en la segunda esquina, y encendió un cigarrillo, por ahí era la mera sensación de sujetarlo entre sus dedos o tal vez  la nicotina , como fuese, había descubierto ya hacía tiempo que fumar afinaba su intelecto.
Madres ausentes, o sobre protectoras, - prosiguió - padres castradores, rígidos;  abandonos, amores rotos, imposibles, sucios o desgastados...mensajes contradictorios, traiciones, despedidas, nostalgias....y como no, melancolía. Cuántas causas y efectos redundando en la misma raíz : falta de amor...¡carencias!.
Escribiría al respecto en cuanto llegase al departamento, a las ideas hay que organizarlas y nada mejor para dotarlas de sentido que llevarlas desde lo abstracto de un pensamiento al concretismo de un papel o una pantalla.
"Hay que recuperar la capacidad de amar" había dicho algún erudito profesor en cierta clase, recordó mientras daba dos vueltas de llave para entrar a su casa.
Esa tarde, a lo mejor por ser de otoño o por ser de jueves,  más que ninguna otra, hubiese querido sentirse amado. Hacía tiempo esperaba que lo quiera. Tenía amigos, incondicionales; padre, madre, hermanos, hasta abuelos y tíos que enviaban permanentes señales de afecto. Sin embargo, le faltaba aún así amor, el de ella...
Y ella no era más que un invento, un ideal forjado de deseos, tallado a la medida de sus más recónditos vacíos, quién sino podría llenarlos. Era el escudo contra los temores y la mejor excusa para sonreír o llorar. Un cúmulo de "ojalas". Y por irreal era pues imposible.
Había perdido el juicio...
Estaba enloqueciendo, lo sabía. Hacía bastante que la calma no era una cualidad durante sus días. La resignación le resultaba una condición tan horriblemente religiosa como irrealizable.
Esperaba...
Suponía que si alcanzaba el cordón de la vereda antes de que el próximo coche blanco atraviese la avenida, ella lo amaría; buscaba señales en los muros, sabía que no por casualidad determinada canción sonaba en la radio en determinado momento, ni tampoco había sido el azar el que lo había llevado a escoger una película que relataba una historia con el justo final que él anhelaba para si. Todo era causa y todo acababa irremediablemente en ella...en ella que lo había rechazado incontables veces, le había negado el beso justo en aquel segundo en que si hubiese rozado sus labios, ¡apenas rozado! su vida indudablemente hubiese dado un giro y comenzado a rodar en otra dirección. Ella podría haberlo salvado cualquier noche...
Insomnios, ronqueras, suspirosas mañanas, cuánto había padecido en sus cortos 23 años.
Supuso que cambiando de apariencia quizás....
Entonces se cortó el pelo, y afeitó la barba, comenzó a vestirse de rojo (color predilecto de ella) y a escuchar a los exactos interpretes que la inconmovible mujercita, creía al menos, prefería. Tampoco así consiguió que detuviese en él la mirada, ni que sus bellos ojos violáceos, siempre tan abiertos, se encendieran en señal de complicidad. Cuánto de frustración y absurdo había en su sentir.
Le había llevado flores, le había hablado de filosofía y de banalidades sin que su secreto amor lo corresponda.
Al entrar, dejó los libros sobre la mesa, se desabrochó la camisa, y encendió la computadora preso de una urgente necesidad de escribir lo que mientras caminaba se le había ocurrido " El amor es la causa última de la Locura", y corrigió , "La falta de amor es la causa última de la Locura". No supo como seguir...olvidó los verbos, y hasta el abecedario. Comenzó a temblar ¿y si finalmente nunca iba a quererlo? ¿ y si pese a eso él no lograba dejar de quererla? tuvo náuseas...se sacudió sobre la silla cual agónico animal.
Sintió ser presa de un impulso irrefrenable, entonces se incorporó decidido a acabar con tremendo tormento. Una vida vacía de sentido ya no merecía ser vivida...tampoco valdría un centavo la de ella sino era al lado de él. Iba a quitársela...iba a dejarla libre y a liberarse...
Corrió a su cuarto, se le aflojaban las piernas, rompió en llanto, la encontró ahí, indiferente como siempre a su sufrimiento, no emitió palabra, sus enormes ojos violáceos ni si quiera pestañearon ante tanta desesperación ajena...¡era una insensible! ¡pero qué hermosa era! Estaba tan inmóvil, luciendo un rostro perfecto, cubierto apenas por esos largos cabellos negros, que pese a no haberlos acariciado suponía de una suavidad insuperable. Temió no poder hacerlo...
Se envalentonó, tomó de la repisa y de entre los aerosoles el más oscuro que halló, con furia apuntó sobre la pared que la apresaba, y gatilló. No hubo de parte de ella intención aparente de defenderse. Un primer trazo grueso e irregular le cubrió los ojos, los bellísimos ojos que tantas noches le habían quitado el sueño. Rayó luego la boca,una, dos y tres veces. El pulso fue haciéndose más firme y en cuestión de minutos de su amada no quedó más resto que una inmensa mancha marrón.
Creyó oírla sollozar, apuntó sobre si mismo, sintió el frío del esmalte en la piel y se desplomó...

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