Fui testigo casual, si lo casual existe, de una encuentro cualquiera, de igual a igual entre desiguales.
Ella, tenía unos diez años, tez morena y rasgos afilados, pantalones gastados que si bien largos, apenas llegaban a sus tobillos, una remera descolorida y entre sus manos unos cuántos ramos de jazmines blancos que ofrecía a los comensales de un ostentoso restaurante de la ciudad.
Yo sentada en un tapial, esperaba a una amiga cuando se acercó y se sentó a mi lado.
Charlamos sobre alguna serie televisiva del momento, que ahora no recuerdo, y sobre la cual me preguntó las novedades, debido a que por “asuntos de trabajo”, tal como explicó, se había perdido de los últimos capítulos.
Quise saber cómo le iba con las ventas, y en tono de niño que a fuerza de calle iba dejando de serlo, me respondió que variaban como los días, unas veces muy buenas y otras menos .
Entre tanto una vocecita que saludaba, desvió su atención y también la mia. Desde las mesas se había acercado una niñita de no más de seis años,de cabello castaño, olía a colonia y llevaba un elegante vestido haciendo juego con el par de sandalias azules. No pareció notarme.
Las vi reirse, se preguntaron los nombres, y las edades, la más pequeña se llamaba Valentina, hicieron equilibrio sobre los tapiales, y caminaron juntas por entre la gente.
Pasados unos minutos llegó mi amiga, a Valentina con una seña le indicaron que debía regresar a la mesa, y Ella volvió a ofrecer los ramitos de jazmines...
Con el tiempo recordé aquel encuentro, sus contrastes.
Volvieron a mi las voces de mis profesores de secundaria explicando lo vil de la naturaleza humana y el eco de mi voz adolescente contrariando tales juicios pretensiosos de verdad.
Al día de hoy, y pese a los malos augurios, sigo creyendo en las mujeres y en los hombres.
Deseo me alcance el valor, para no ir sólo de paseo por esta vida y la lucidez para comprender que uno no sólo se debe a uno y que el libre albedrío sino relativo es falaz.
Hay un ir y venir, entre el medio que nos define y nosotros que lo definimos a él.
No son naturales las desigualdades, no es paisaje inmutable la pobreza, ni saludable cuestión de masas la ignorancia.
No serán siempre un puñado de “iluminados” los que acaparen entre sus redes la saciedad que le es privada al resto del mundo, ni sólo un puñado de “locos” los que intenten cortar los hilos.
Será cuestión entonces de inyectar antídotos contra la cordura e ir apilando montoncitos de locura.
No han logrado convencerme de que exista el paraíso celestial, asi que hasta tanto se demuestre la veracidad de dicha existencia creo más prudente aunar esfuerzos y voluntades en la construcción de la paz terrenal.
Ansío estar tan loca para ser capaz de no extraviarme entre placeres superfluos ni agotarme en la felicidad vacía, no quisiera tampoco demorarme con antojos del egoísmo.
Así pues, ojalá me vaya cantando un día y sin haber ahorrado sudores. Mientras tanto seguiré soñando y en el intento de materializar ese soñar; para que una noche no muy lejana Ella ya no tenga que vender jazmines...
muy bueno
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